lunes, 9 de noviembre de 2009

HACIA UNA NUEVA CIUDADANÍA CULTURAL

En el año 2006, cuando el pensador australiano Jon Hawkes (el padre de la teoría de la cultura como cuarto pilar de la sostenibilidad que ha inspirado importantes formulaciones contemporáneas de las políticas culturales como la Agenda 21 de la Cultura) visitó por vez primera la ciudad de Barcelona, quiso conocer expresamente el Palau de la Música y dedicó su conferencia en el marco de la bienal Interacció a Josep Anselm Clavé y Lluís Millet, los fundadores del canto coral moderno en Catalunya, porque ellos entendieron claramente, según Hawkes, que ''el hecho de cantar juntos es una parte esencial del hecho de vivir juntos''. El año 2009 no ha sido un año muy feliz para la cultura en Catalunya, especialmente para su ''sociedad civil''. Si por una parte el recientemente estrenado Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes tiene dificultades para despegar y ha vivido ya una primera crisis interna que se ha salvado con la dimisión de su primer presidente, por otra parte Fèlix Millet, nieto del Lluís Millet a quien tanto admira Jon Hawkes y máximo responsable a lo largo de los últimos años del Orfeó Català y del Palau de la Música, ha sido procesado judicialmente por haberse embolsado en beneficio propio a lo largo de los últimos años un monto que puede aproximarse a los 20 millones de Euros procedente de las arcas de dichas organizaciones.

Ambos hechos han impactado en lo que podríamos denominar la ''sociedad civil'' catalana, y en su fracción más cultural en general. Las noticias, aunque indiscutiblemente locales y manifiestamente anecdóticas, hacen pensar que la llamada ''sociedad civil'' cultural a menudo es una especie de gigante con pies de barro en todas partes. La dimensión civil de la cultura no es sólo la que se refiere a sus ''gremios'', gremios de creadores, de gestores y de otros profesionales. La forma como en muchos países se configuran los consejos de las artes, o la composición de buena parte de las ''coaliciones'' que a lo largo de los últimos años han jugado un importante papel en la materialización y el impulso de la Convención de la Diversidad Cultural nos remiten con excesiva frecuencia a esta visión demasiado restringida de la participación de la ciudadanía organizada en la cultura.

Buena parte de las políticas públicas para la cultura tienen en la construcción de espacios de visibilidad y representación para la ciudadanía cultural una de sus principales asignaturas pendientes. Si alguna voz se echa en falta en el debate cultural contemporáneo, esta es sin duda la voz de la ciudadanía organizada, los miles y millones de practicantes y aficionados a las artes que, por lo menos en su posición de consumidores con derechos y deberes, tienen mucho que decir sobre el tema. Con excesiva frecuencia las relaciones entre la sociedad ''representada'' (el estado) y la sociedad ''organizada'' se basan en un continuo y recíproco ''no tocarse'' mutuamente. Velar por un estado fuerte debe ser uno de los proyectos civiles más importantes, tanto como una sociedad civil fuerte es un proyecto central del estado contemporáneo. Una pequeña pero necesaria promiscuidad a favor de la cultura...

Eduard Miralles, presidente del Patronato de la Fundación Interarts

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